—¡Ahí
va la hostia! —grito cuando una de las personas que compone la marea de gente
que se avalancha hacia mí me pega un fuerte codazo—. ¡Joder con…! —no tengo
tiempo de terminar la frase porque una avalancha igual a la anterior, pero que
se mueve en dirección contraria me obliga a seguir avanzando. No puedo
detenerme. Si me paro, moriré engullido.
Claudia se gira hacia mí y me coge
de la mano, obligándome a seguir su ritmo. ¿Quién me mandaría mí meterme
en la calle Colón un día festivo cuando las fiestas navideñas están tan cerca?
Odio las aglomeraciones.
Entonces la veo sacar barriga. Esa
que empezó a crecer hace casi cuatro meses y que todavía no es perceptible para
todo el mundo, y menos cuando llevas encima más capas de ropa que una cebolla.
Pero ahora Claudia la saca. Luce orgullosa su barriga de embarazada y, de
pronto, es como si Moisés abriera de nuevo las aguas del mar, porque la gente
empieza a dejarnos pasar.
Claro, cómo no hacerlo, es una
barriga traída de la Gran Manzana. ¡Neoyorquina me tenía que salir la criatura!
Si es que… lo dicho: ¡quién me mandaría a mí! Esperemos que al menos sea un
hombrecito, porque mujer y de la jungla de asfalto, ¡no lo quiero ni imaginar!
Aprovecho y cojo aire ahora que me
han dado un respiro y puedo caminar con algo de holgura.
No puedo soportar esto de las
compras navideñas, me pone de muy mal humor. ¿Quién puede pensar que ya casi
estamos en Navidad con estos calores? Lo de la temperatura de Valencia no es ni
medio normal… Me gustaría quitarme algo de ropa, pero tengo las manos ocupadas
porque Claudia ha empezado a darme bolsas conforme hemos ido recorriendo las
tiendas y parezco un perchero.
Un perchero sudoroso. Está claro que
lo de ir por la calle Colón aseado y limpio no es lo mío. Esbozo una sonrisa al
recordarme a mí mismo con el mono azul maloliente. Esto no es lo mismo, pero aun
así, me gustaría ir a casa y darme una ducha. Estoy reventado.
De reojo observo que Claudia se ha
puesto unos zapatos que se compró en el viaje. Manolo dice que se llaman.
¡Menuda horterada de marca! A mí me recuerdan a los que dan las noticias de los
deportes en Cuatro... Lo más incomprensible es que ella no esté cansada de
caminar sobre esos zancos.
De pronto se detiene en seco a mirar
un escaparate y me pilla tan de improviso que freno la marcha de golpe y los
paquetes que, además de las tropecientas bolsas que llevo colgando, sostengo
con las manos amenazan con salir por los aires. Mantengo el equilibro y los sujeto
con fuerza, evitando el desastre.
—¡Joder, Claudia! Vámonos a casa...
estoy molido y tú deberías descansar.
Ella me mira, sonríe y, con esa
calma feliz que la ha invadido desde que se enteró de que estábamos
embarazados, me dice: —Está bien, chicarrón.
La dulzura de sus ojos me cala muy
hondo y no puedo por más que alegrarme por haber renunciado a mi vida en
Navarra para estar a su lado. Va a ser una madre maravillosa. Es cierto que hay
momentos en los que añoro mi antigua vida, pero estar a su lado lo compensa
todo.
Hasta la mierda esta de las
aglomeraciones en Navidad.
Uf, no puedo evitarlo, en estos
momentos sí que pagaba por irme unos días al norte... tanta compra, tanto
calor, tanto Papá Noel y tantos Reyes Magos, ¿dónde está el Olentzero,
coño? Cómo echo de menos la nieve, las
vacas y la paz del campo. Y además, lo bonito que sería pasar unos días con
Claudia encerrados en el caserío, escuchando el crepitar de la chimenea y...
¡Qué gran idea!
Cuando llegamos a casa me encierro
en el cuarto de baño mientras Claudia organiza las compras y marco un número de
teléfono que me sé de memoria.
—¿Miren?
***
—Arturo, ¿en serio es necesario que
vayamos a Navarra? Son casi las siete de la tarde, se nos va a hacer de noche
por el camino y ¡es Navidad!
Acabamos de salir de casa de mis
suegros, de pasar el día 25 con ellos, con mi cuñada y el resto de familia
política y justo cuando hemos subido al coche para volver a casa me ha llamado
Juancho por teléfono.
—Lo siento cariño. El veterinario
está de viaje y hay una vaca a punto de parir. Sabes que lo he dejado todo por
ti, pero si hay una emergencia he de ir a solucionarla. Miren y Juancho no pueden
ocuparse de eso.
—¡Pero si son navarros! —gimotea
haciéndose la indignada.
—Sí, un navarro que ha trabajado
toda su vida como director en una oficina de banco y una navarra ama de casa
que ahora se dedican al turismo rural, no a la ganadería. Tenemos que ir, lo
siento. Es nuestra responsabilidad.
—Mañana era la comida con...
—Lo sé —la interrumpo—. Pero esto es
importante.
—Está bien, lo entiendo. Pero deja
que pasemos por casa aunque sea un momento a por algo de ropa. Seguro que allí
hace frío y no quiero morir congelada, que ya sé cómo te las gastas con el tema
de la calefacción... —murmura guiñándome un ojo.
—Está bien —accedo.
Una hora más tarde salimos de casa cargados
como mulas, como si fuéramos a pasar un mes allí y no puedo más que volver a
preguntarme si no será capaz realmente de leerme la mente. Desecho la idea y me
digo a mi mismo que lo único que pasa es que es incapaz de salir de casa sin
cuarenta mil historias.
El coche avanza por el asfalto y ya
casi me froto las manos al pensar que pronto abandonaremos el asfalto para
adentrarnos en los bosques de hayedos. Casi estoy en casa.
Cuando llegamos, aunque es tarde,
Miren y Juancho salen a recibirnos. Miren se abalanza sobre nosotros, como si
hiciera más de un año que no nos viera, cuando en realidad estuvimos por aquí
hace dos meses.
—¡Qué delgaduchos que estáis! Pasad,
que os he preparado algo de cena.
—Quita, quita Miren, hoy ha sido
Navidad y no sabes cómo hemos comido —dice Claudia llevándose la mano a la boca—.
Además, creo que tengo nauseas.
—¡Bobadas! Un poquito de queso y
unos pimientos del piquillo y se te pasará en un santiamén.
Juancho encoge los hombros divertido
mientras Claudia le fusila con la mirada. Los dos saben que no hay nada que
hacer cuando de Miren se trata, así que nos sentamos a cenar con ellos y me
siento feliz al ver a Claudia comer y charlar alegremente.
De repente, se queda callada.
—Oye, ¿y la vaca que va a dar a luz?
—inquiere mientras nos mira, suspicaz.
Me pongo en pie, reaccionado con rapidez
mientras me limpio la boca con la servilleta.
—Sí, sí, a eso iba, justo ahora...
—¿Quieres que te acompañe? —una vez
más, me viene a la mente un recuerdo del pasado y sonrió al recordarla en
pijama, sin maquillaje y con aquella trenza ayudándome en el nacimiento de
aquel ternerito.
—No te preocupes, quédate con Miren.
Voy a ver cómo va la cosa y luego te digo algo.
Salgo fuera para disimular y Juancho
me sigue.
—¿Lo tenéis todo preparado?
Se ríe por lo bajo y asiente con la
cabeza.
Bien... estas sí que van a ser unas
fiestas memorables.
Cuando vuelvo al caserío Claudia
está durmiendo a pierna suelta. Desde que se quedó embarazada es como una
marmota y se va quedando dormida por las esquinas, pero pienso ponerle remedio
a eso estos días.
Miren y Juancho nos han preparado el
piso de arriba del caserío. Justo en el que Claudia vivía cuando era mi
inquilina.
Me tumbo a su lado y la abrazo,
acariciándole su prominente barriga. Caigo rendido yo también. Nos esperan unos
días fabulosos.
***
Al día siguiente, parece como si el
tiempo se hubiera puesto de mi parte, porque afuera está todo nevado. Me asomo
y trato de abrir la puerta que da al prado. Bien, aunque no hay mucha nieve
está atrancada. Lo mismo con la que da al resto del caserío. Descuelgo el
teléfono: todo correcto. No hay línea. Compruebo el móvil: sin 3G. Junto a la
chimenea: reservas interminables de leña y unas mantas de lana sobre el sofá.
Abro la nevera: comida para alimentar a un regimiento, incluidas uvas para la
Nochevieja.
«No se sabe cuanto puede durar el
temporal», me digo a mí mismo mientras me froto las manos.
Afuera nieva, pero los efectos del
temporal más bien los han provocado Miren y Juancho.
Cuando Claudia se despierta viene
directa al salón y me encuentra encendiendo la chimenea. Lleva el pelo revuelto
y un camisón de manga larga que, a consecuencia de la barriga, le queda más
corto de lo habitual. Lleva unos gruesos calcetines navideños en los pies y
está más sexy de lo que nunca imagine que una mujer embarazada podría estarlo.
—¡Ahora, Juancho! —grito.
La luz se va de pronto y ella me
mira confusa.
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —inquiere.
Yo me acerco a ella y la arrastró
hasta el sofá, donde la obligo a sentarse y me dispongo a empezar a quitarle la
ropa.
Noto como el vello de su cuerpo se
eriza al sentir el tacto de mis manos.
—Ya no soportaba esa Navidad de
asfalto —le confieso al oído—. Necesitaba volver unos días y volver a estar
juntos como cuando nos conocimos así que...
—...así que llamaste a Miren y
Juancho y organizaste la farsa del ternerito, ¿no es así? —replica sería.
—Sí. Lo siento. Quería sentir la
tranquilidad, el aire frío y...
—Yo se lo que querías, Arturo —continúa
con el mismo tono frío y seco.
—Cariño, no quería disgustarte, es
solo que...
—Deja ya de poner excusas. —Me corta
y yo me quedo parado, hasta que veo que se le escapa una risa y respiro
aliviado.
—Chicarrón, admítelo, lo que tú
querías era jugar a las tinieblas —susurra al tiempo que hunde la cabeza en mi
cuello y empieza a besarme.
Ahogo un gemido y soy incapaz de
confesarlo.
—Podías haberlo pedido como regalo
de Reyes —continúa, entre risas.
Meto la mano por debajo de su camisón
y esta vez soy yo el que hago que ella se estremezca.
—Chica de asfalto, ya sabes que yo
soy más del Olentzero. No podía esperar al seis de enero.
***
Juancho se lleva las manos a la
cabeza. —¡Dios! La insonorización de esta casa es pésima... ¿hasta cuando vamos
a tener que escuchar a los tortolitos?
—Me parece que Arturo tiene intención
de que el temporal dure, como poco, hasta Año Nuevo.
—Pero, ¿y qué vamos a hacer nosotros
mientras?
—No te preocupes. Lo tengo todo
controlado. Me he leído un bestseller que nos va a venir muy bien para este
temporal. —replica Miren al tiempo que saca unas esposas de detrás suyo y una
botella de sidra—. Las cincuenta sombras de Juancho.
Me ha encantado Carla, siempre es agradable saber algo de los personajes......sigue así eres fantástica......... Feliz Año!!!!! Y que llegue pronto tu próxima novela..... besos
ResponderEliminarMe ha encantado. Gracias!!!
ResponderEliminarGracias, me ha gustado mucho saber como siguen!!
ResponderEliminarMe alegro que os haya gustado el regalito :) Puede que en próximas fechas señaladas sepáis más de ellos. :*
ResponderEliminarOhhhh, qué sorpresa tan bonita!! No me había enterado. Me ha gustado saber de Claudia y del Chicarrón del norte. Besos :)
ResponderEliminarTodavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, me llamo Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro seguí buscando un cura incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor ambiente, por favor comuníquese con el Dr. ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com también puede llamar o WhatsApp +2348052394128
ResponderEliminar